La silueta de las catedrales preside el cielo salmantino y su interior recoge la vida, y la historia de la ciudad y sus ciudadanos. Constituyen otro conjunto histórico –artístico por excelencia ya que se levantan juntas la Catedral Vieja y la Catedral Nueva. La Nueva, gótica, renacentista y barroca, nace y crece a partir de la otra. La Vieja, románica, respetándola, mimándola, cuidándola, haciéndola más hermosa si cabe. Del silencio íntimo de la Vieja, nace el deseo del diálogo con Dios, la pertenencia a una comunidad. En la grandiosidad de la Nueva, pensada para los grandes rituales, se percibe la pequeñez del hombre y la complejidad del mundo. En la actualidad, gracias a las políticas turísticas llevadas a cabo en la ciudad, la Torres de la Catedral se presentan como un espacio nuevo que complementa el complejo catedralicio y lo hace si cabe más espectacular. Desde ellas obtenemos distintas miradas hacia el interior de ambos templos y dominamos la ciudad a través de la excelente panorámica que ofrecen sus terrazas.

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